Vacía

lunes, 2 de junio de 2008

Antes de abrir el bote de somníferos has preferido reposar en tu cama con los ojos fijos en el techo esperando una disculpa por teléfono o mejor, como en las películas, con un beso escondido detrás de dos docenas de rosas rojas. Le has dado un plazo de media hora, en la que te has entretenido repasando mentalmente tu vida con “El hombre que dice que a todos los príncipes los conviertes en sapos”. Te has pasado los últimos diez años formando parte de la casa, como un elemento decorativo más, levantándote a las doce de la mañana para mojar tus tostadas de pan integral en café amargo. Entre semana lo has visto a ratos: entre almuerzos y cenas. Este año no fuiste con él a la cena de Navidad de la empresa. Te pareció extraño, pero la excusa era lógica, no le diste más importancia. Cuando regresaba de noche del trabajo te hacías la dormida y él no se daba ni cuenta. Hace años que desapareció la costumbre de despertaros en mitad de la noche con ganas de hacer el amor. Ingenuamente suponías que los años de antigüedad en el matrimonio te daban la exclusiva; creías que el estudio al otro lado de la ciudad era tu coto privado y que no se atrevería a llevar a nadie allí. Anoche olvidó el móvil. No querías hacerlo, pero te atreviste a dar el paso y descubriste unos mensajes y un número de teléfono y la voz de una mujer más joven que tú pegada a él.
Esta mañana con dos copas que te daban el valor que nunca tuviste, has cogido tus cosas y has salido del apartamento. Tenías que atravesar toda la ciudad para encontrarte con él. Fuiste en taxi. No te fijabas en las calles ni deseabas escuchar el soliloquio del taxista. Le pagaste con cincuenta euros y no te has detenido a esperar el cambio. Al bajar tropezaste y te caíste hiriéndote las manos contra el asfalto. Miles de piedrecitas estaban incrustadas en tus palmas, pero no sentías dolor. Hace años que vives en estado de anestesia permanente.
Abriste el apartamento. Estaba solo “El hombre que dice que a todos los príncipes los conviertes en sapos”, no había mujeres, aunque sí copas por todas partes y restos de carmín en las colillas de los ceniceros. Allí mismo te lo confesó. Le abrazaste por la espalda, tratando de no encontrarte con sus ojos mientras le desnudabas. Tenías el cuerpo tenso de la angustia y lo sentías como extraño. Lo último que te apetecía era acostarte con él, pero nunca le has negado ni un solo día de sexo, que es lo mismo que darle permiso para serte infiel de nuevo. Te tapaste con las sábanas, rendida a tu amado asesino, rebuscando en todo tu cuerpo cualquier brizna de vida para dársela. Nunca has estado con otro que no fuera él. Como una muñeca de trapo durante todos estos años le has entregado a “El hombre que dice que a todos los príncipes los conviertes en sapos” todo tu relleno y te has quedado vacía. Luego, antes de que despierte te has ido dejándole una nota. Al despertar él ha sido quien nos ha llamado, más por remordimiento que por ganas y aquí te hemos encontrado, como una muñeca de trapo, serena, bella, como dormida, con las manos llenas de piedrecitas de alquitrán, en medio de una alfombra de benzodiacepinas…
“Sólo quería dormir -repites una y otra vez- dormir un poco…”

1 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

Anónimo dijo...

La vida es dura chica pelirroja y se nos va muy deprisa...

 

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