Secuestro Sentimental

lunes, 2 de junio de 2008

Esta noche he soñado. He soñado mucho. Bueno, en realidad he tenido pesadillas. He dormido unas seis horas y he tenido mil pesadillas. En ellas estaba Amor nº 10. Aquella relación fue tan intensa y me creó heridas tan profundas, que casi cinco años después aún estoy colocándome apósitos y haciéndome curas con Betadine. Ahora es tan sólo una sombra, pero Amor nº 10 lo era todo para mí en aquellos días de vino y rosas. Me hacía sonreír y me hacía llorar. Mis sentimientos se movían con él a la velocidad de la luz y del sonido… de la luz de sus ojos y del sonido de su voz. Sabía como nadie llegar a mi alma, remover mis cajones íntimos, esparcir por el suelo mi ropa interior y volver a guardarlo todo en ellos ordenadamente después de cada huracán, como si nada hubiese pasado. Una sola palabra suya me ponía la piel de gallina; me arrastraba de la felicidad a la tragedia y viceversa en cuestión de segundos. A veces en su presencia me olvidaba de respirar y cuando me daba cuenta emitía largos suspiros. Le necesitaba para que mi corazón continuase bombeando sangre rítmicamente y él decidía mis isquemias. Él lo sabía y jugaba a ser Dios en mi vida. Yo me limitaba a dejarme mover los hilos como una marioneta de trapo.
Una tarde, a los diez meses de nuestra relación, me llamó para hablar. Me temí lo peor. Estuve dando vueltas sin dejar de pensar hasta el momento fijado para la cita. Fue la primera vez que me abandonó. Ahí comencé a odiarle. Un poco. Pero hubo otras cinco o seis veces más. A partir de ahí empecé a confundir la felicidad con dos o tres meses sin rupturas. Mi vida se convirtió en una caverna oscura, platónica, de la que tan sólo él sabía sacarme. En el fondo de la cueva con la antorcha que él mismo me traía tan sólo veía su imagen de dios virtual proyectada sobre el fondo. Pero un día decidí darme la vuelta y ver el mundo a través de mis propios ojos. Y entonces dejé de ver al dios que yo creía que era para empezar a ver tan sólo al hombrecillo que había en él.
He buscado esa clase de amor toda mi vida. Y me ha costado casi quince años darme cuenta de que confundía el amor con un secuestro.
La Dama.

“(…)Mi norte y mi guía, mi perdición,
mi acierto y mi suerte, mi equivocación,
eres mi muerte y mi resurrección,
eres mi aliento y mi agonía
de noche y de día,
te lo pido por favor,
que me des tu compañía
de noche y de día... lo eres todo.
Dame tu alegría, tu buen humor,
dame tu melancolía,
tu pena y dolor,
dame tu aroma, dame tu sabor
dame tu mundo interior,
dame tu sonrisa y tu calor,
dame la muerte y la vida,
tu frío y tu ardor,
dame tu calma, dame tu furor,
dame tu oculto rencor.”
(Lo eres todo, de Luz Casal)

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