Preparando la maleta o… algo parecido

lunes, 2 de junio de 2008

Mañana tomo un avión para Londres y aquí estoy, con la maleta abierta sin saber qué meter e intentando buscar las palabras acertadas para una despedida temporal. Pero mi fobia a los aviones y mi alergia a las despedidas me atenazan y me encadenan a este teclado al que trato de aferrarme con las uñas.
El día previo a los viajes suelo hiperventilar; bueno, de una manera discreta –soy una neurótica tímida- nada de espectáculos gratuitos. Preparar maletas me estresa. Las maletas no me gustan. Siempre acabo metiendo cosas que nunca uso y que al final del viaje vuelvo a colocar en la percha para volver a olvidarlas en el fondo del armario. Y habitualmente me voy con la sensación de haber olvidado alguna cosa: como el cepillo de dientes o las zapatillas. No soy nadie sin esos objetos que me hacen sentir en cualquier parte del mundo como en mi propia casa. Soy un caracol humano y trato de llevarme la casa a cuestas, allá donde voy.
Los días previos hago listas mentales:
-Cosas imprescindibles: documentación, ropa interior, zapatillas, ropa cómoda y amplia para los momentos de relax, más ropa interior, ropa exterior ajustada- pero no demasiado- femenina, neceser, pequeño botiquín –deformación profesional-estuche de manicura- siempre sospecho que voy a enfrentarme a situaciones en las que tengo que actuar como McGiver- y el último libro que haya caído en mis manos para evadirme en situaciones críticas o tediosas. Es imprescindible que todo esto ocupe poco. Si es necesario, rehago la maleta tres o cuatro veces hasta que consigo adaptarlo todo al espacio que tengo. Todo aquello que no cabe en mi maleta es absolutamente prescindible y por tanto: se queda en tierra.
Los turistas somos inventores de países. Estando en La Coruña hace unos años alguien me preguntó si era cierto que en Andalucía ligas en cualquier parada de autobús. Aunque una de cada mil veces que esperas un autobús puedes hablar con alguien que no sólo te va a preguntar la hora o el trayecto de esa línea –y a las pruebas me remito- la mayoría de las veces en las que esperas el autobús lo que aparece es: un autobús.
Hoy en Sierpes había un chico bailando flamenco, una chica tomando la tensión arterial por un euro, un cuarteto ruso interpretando marchas procesionales y una pareja punk con un perro tocando una flauta y una pandereta. Y siguiendo todos los espectáculos: grupos de anglosajones y japoneses, haciendo fotos, sacando conclusiones e inventándose España para contarlo después en sus respectivos países y crear la leyenda del circo y la pandereta. Dos calles más atrás había un reloj en el que las horas en punto eran seguidas de la aparición de las figuras de un torero, El Quijote y una flamenca. Un grupo de turista sonreían encantados, para ellos era típicamente español; para mí parecía más un teatro de guiñol francés o un reloj suizo un tanto estrafalario.
Los tópicos son iguales en todas partes y una se siente como en casa cuando entra en una tienda de souvenirs de cualquier sitio. Si en mi viaje me pongo nostálgica buscaré una tienda de souvenirs que esté de guardia.

La Dama

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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