Poseída por el espíritu Comaneci

domingo, 1 de junio de 2008

Desde tu vuelta ayer del último viaje a tu tierra andas torpe por fuera, como distraída, e inquieta por dentro.
Andas dándole vueltas a un sinfín de recuerdos.
Siempre te gustó la gimnasia rítmica. Nadia Comaneci tenía un cuerpo pequeño, diminuto, tanto que si fuera más pequeño ya no sería cuerpo, sólo espíritu. También tenía la raya en medio y dos coletas tirantes con lazos rojos y unos expresivos ojos negros, como tú. Cuando Nadia ganó cuatro títulos tú tendrías unos cinco años. Nadia terminaba el ejercicio, arqueaba todo el cuerpo y saludaba dulce y seria como un cisne.
En la salita de costura de tu madre tú ponías una barra de madera y ensayabas los ejercicios de la Comaneci. Tu madre tenía algunas lecciones de corte y confección y por casa pasaban todas las vecinas para que ella les hiciera los arreglos. La mejor clienta de tu madre y la única con estilo, según decía ella, era Annet, hija de emigrantes que había vivido toda su infancia y adolescencia en París. Annet se hacía vestidos largos con perlas y flecos y te pedía opinión como si fueras una mujer de su edad.
-Estás maravillosa.
Maravillosa es una palabra que usaba tu madre con todas las clientas y a ti te sonaba como tocar las estrellas. Le decías a Annet que estaba maravillosa y ella sonreía y minutos después le regalabas una tabla de ejercicios al estilo Comaneci, aunque mucho más torpe, que dejaban al aire tus braguitas rosa de algodón. A Annet le dedicabas los números más arriesgados, era una clienta con estilo y tener este tipo de público era importante para ti.
Un día a la semana mamá te dejaba hacer los deberes en el cuarto de la costura, y tú usabas el soniquete de la máquina de coser para memorizar cosas.
En clase andabas entre los pupitres como si estuvieras poseída por el alma de la Comaneci. Estirabas de forma exagerada el cuerpo para coger cualquier cosa y de pie te quedabas muy tiesa con la frente bien alta con un moñito de patinadora sobre hielo, que le pedías a mamá que te hiciera por las mañanas.
Los mejores momentos son los que viviste en la playa del Chorrillo. Todo un escenario para desplegar las volteretas de la Nadia que llevabas dentro. Tu madre hacía croquetas para todos. Te gustaban tanto que decidías no comértelas. Según te las iban dando tú las ibas enterrando en la orilla sin que nadie te viese. Una ofrenda a Dios por todo el hambre del mundo. En clase de religión te lo habían dicho: “Niñas, haced un gran sacrificio y al final del verano los expondremos en clase”. Para ti enterrar croquetas de jamón y pollo en la arena era un sacrificio inconmensurable. Te quedabas hambrienta, aunque tenías bastante entrenamiento con el donut de chocolate que repartías en el recreo todas las mañanas.
Ya por las noches repasabas mentalmente el sacrificio y llorabas por el hambre en el mundo. No sabías si los demás lo percibían pero además de Nadia Comaneci había dentro de ti una santa. Estabas tocada por la gracia de Dios y en cualquier momento empezarías a hablar en arameo.
Por las noches, antes de cenar bajabas un rato a jugar a la comba o al elástico con otras niñas del barrio. Comías chicles Bazoca y Chupa-chups con pica-pica.
Por eso cuando llegó Amor nº 1 tú le entregaste en los primeros besos toda la fuerza de la playa del Chorrillo, y la adoración a Annet, y los sacrificios por el hambre en el mundo, la tabla de multiplicar al ritmo de la máquina de coser, los chicles Bazoca y los Chupa-chups con pica-pica. Le entregaste un amor profundo y perfecto de Nadia Comaneci.

La Dama

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