Odisea Capilar

lunes, 2 de junio de 2008


Hoy he estado en la peluquería: el edén de la mujer-florero. Es un sitio que detesto sobremanera porque pienso que es una forma de malgastar el tiempo (paradoja que esto salga de la mente de una adicta a internet). Siempre temo dejar en ella algo que me pertenece además de mi pelo, que es: mi propia identidad y el miedo a no reconocerme al mirarme en los espejos.
Pero es un sacrificio necesario: un mero trámite que soporto estoicamente conteniendo la respiración hasta el final. Al salir siempre compruebo lo mismo: que mi imagen sigue intacta, sólo que con el pelo algo más corto y más liso. La Gioconda abandona el salón de belleza con complejo de Bart Simpson peinado para ir a misa.
Los momentos previos a la tortura capilar se repiten: coincido en la antesala con dos o tres clientas habituales, que leen el “Hola”. Sé que son habituales porque conocen el nombre de todo al enjambre de peluqueras que hay. Se nota que el único sitio donde se lavan el pelo semanalmente es en la peluquería, pues la mayoría lo traen escaldado y apuntalado con laca.
Entre ellas se lanzan preguntas retóricas que se quedan en el aire. Es cierto que la mayoría de las mujeres no podemos permanecer demasiado tiempo calladas, se hace obligatorio llenar el silencio con algún comentario y cualquier motivo es adecuado para formar corrillo. Es el equivalente a comentar los resultados de la liga en los hombres, aunque suene a tópico. Ocasionalmente tratan de meterme en la conversación, pero cuando notan que en el canal de comunicación el flujo es unidireccional, cesa el intento. Noto la frustración colectiva y sé que debo de resultar odiosa; es más, valoro el esfuerzo que hacen por rellenar agujeros de silencio, pero es que no suelo hablar si no tengo nada interesante que decir.
Me llama muchísimo la atención la fuerza de voluntad que desarrolla la coquetería femenina, hasta el punto de encontrar mujeres octogenarias que a pesar de sus miles de achaques llevan el pelo a la última tendencia. Algunas demuestran que no pueden apenas caminar, pero si se trata de “estar bien marcadas” son capaces de ir reptando a arreglarse los tres pelos en guerrilla que les quedan.
Adoro a las abuelas y acepto este tipo de incongruencias, como abanderadas del “antes muerta que sencilla”.

La Dama

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