Mujer movilizada al borde de un ataque de nervios

miércoles, 4 de junio de 2008


Vivo estos días pegada al móvil. Quien me conoce sabe que ese es un mal síntoma. Me aferro al teléfono como si continuamente esperase recibir noticias que no admiten demora. Y así es, vivo últimamente demasiados acontecimientos vitales estresantes. Amor nº14 da clases en un sitio nuevo, para niños menores de siete años. Tiene nueve alumnos de cinco y doce de seis y no se siente capaz de dirigir el circo que montan los “enanos” cada día. Su único desahogo es llamarme a mí cada vez que va al servicio para perder un poco el tiempo. Lo hace tantas veces a los largo de la mañana que en el trabajo deben de pensar que tiene un problema serio de próstata. Y yo trato de calmarlo y de darle instrucciones de supervivencia desde la distancia. Amor nº 14 no tiene paciencia y no recuerda haber tenido jamás menos de diez años. Yo me siento como el jefe de controladores aéreos de un aeropuerto tratando de evitar el desastre del avión que viaja a la deriva en plena tormenta y con falta de combustible. Trato de imaginar la situación e improviso soluciones a la velocidad de la luz. Y si esto no surte efecto siempre está la socorrida dosis de moral, con frases del estilo: “Tú vas a volver ahí y vas a poner las cosas claras” o “Tu país te necesita y sabe que no le defraudarás”. Nadie dijo que la vida fuera fácil. En realidad es una mezcla de “Aeropuerto 77” y “Oficial y Caballero”: cuando parece que todo está perdido, siempre acabas viendo puestas de sol donde Joe Cocker te canta “Up where we belong” y un “Richard Gere” improvisado te lleva hasta el infinito y más allá… fin de la historia. Sólo que en esta película se ve lo que pasa después de los créditos. Además de los conflictos de Amor nº 14 el juego lo completan: una amiga enigmática que me cuenta sus problemas por capítulos, una hermana inconsciente que cambia de opinión cada cinco minutos, en virtud de la orientación del viento y una prima que vive sin vivir en sí, acongojada por los problemas psíquicos de sus jefes, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Todos ellos tienen en común estar pasando por problemas de mayor o menor entidad y ahora yo me comporto como ese controlador de vuelo de antes. Tengo cuatro aviones volando en una pantalla con cuatro puntos rojos intermitentes y una frenética alarma sonando.
A estas horas siento que la cabeza me va a estallar. Abatida por mi propia impotencia, siento que es mejor reponer fuerzas que seguir gastándolas inútilmente porque, haga lo que haga, el partido se va a desarrollar de la misma manera y yo tan sólo puedo limitarme a contemplarlo desde el banquillo. Voy a tener que dejar de comportarme como si fuera Dios. Me voy a dormir. Como a Julio Verne, las mejores ideas siempre se me ocurrieron en sueños. Buenas noches.

La Dama

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

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