Manos Libres

lunes, 2 de junio de 2008

Fran nació en el centro de Sevilla a la temprana edad de siete meses, tras un embarazo no deseado y, probablemente, pasará solo el resto de su vida. Sus padres trabajaban tanto que no se veían, lo que desembocó en que acabasen llevando vidas paralelas hasta que finalmente llegó el divorcio un día de San Valentín. Se despidieron sin decirse nada, a través de sus respectivos abogados. Esa fue la causa de la primera crisis de asma sin sibilancias de la historia de Fran, a la que sucedieron otras tantas. Durante todos estos años Fran ha sobrevivido hablando consigo mismo -no tuvo hermanos- e inventándose amigos imaginarios para llenar su soledad. La falta de afectos, fue rellenándose con una sobreprotección desproporcionada, que provocó la búsqueda de soluciones en consultas de prestigiosos psicólogos privados. De la mano de sus padres pasó por cientos de especialistas porque prefería su mundo imaginario al real. Más que por su salud, se preocupaban por arrebatar al otro su custodia –una cuestión de orgullo en la que el arma arrojadiza fue el chico-. Es curiosa la Psicología: usa impresiones subjetivas para catalogar formas de comportamiento y, una vez hecho el diagnóstico, deja el estigma para siempre. Y así Fran, desde el punto de vista psicológico, padece un “trastorno grave de la personalidad esquizotípico, con rasgos obsesivo-compulsivos”. Siempre ha sido consciente de que lo suyo no tiene remedio y se ha resignado a vivir en su mundo paralelo. Solo debe evitar hablar demasiado alto y discutir consigo mismo cuando va por la calle; sabe muy bien cómo disimular todo eso que dicen los expertos que tiene y que siempre se ha atribuído a la falta de oxígeno en su nacimiento prematuro. Su mundo imaginario se extiende como una telaraña a internet, donde es “El Príncipe de las mareas”. Ha tenido muchas citas a ciegas con chicas que ha conocido a través del chat. Acude puntualmente a las citas pero nunca se acerca a menos de cincuenta metros, desde donde observa a la chica en cuestión y es que, cualquier contacto con un ser del sexo opuesto resulta imposible y Amelie Poulain no vive en Sevilla, para su desgracia…
Hoy Fran es por fin feliz. No tiene móvil (¿con quién hablaría?), pero cuando la dependienta de la tienda de Amena se ha girado, él -haciendo caso a sus voces internas- ha robado un accesorio de “manos libres”. Se lo ha colgado del cuello y habla por la calle, sin parar. Ahora puede compartir su vida con quienes le rodean y nadie lo mira raro aunque parezca que está hablando solo.

La Dama

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