Glamour, café y circonitas

lunes, 2 de junio de 2008

“Elaboraba la sustancia de sus propios sueños y con esos materiales fabricó un mundo para mí. Las palabras son gratis, decía y se las apropiaba, todas eran suyas. Ella sembró en mi cabeza la idea de que la realidad no es sólo como se percibe en la superficie, también tiene una dimensión mágica y, si a uno se le antoja, es legítimo exagerarla y ponerle color para que el tránsito por esta vida no resulte tan aburrido.”
(Fragmento de “Eva Luna” de Isabel Allende)
El viernes pasado un travestí merendaba a mi lado en una mesa contigua del Parador de Carmona. Me pareció una mujer muy atractiva. Tenía unas sandalias con circonitas, cruzadas y anudadas por debajo de la rodilla, un lipstick rojo brillante, sobre unos labios bien perfilados y unas uñas enormes pintadas con esmalte nacarado con las que intentaba coger una minúscula taza de café. Se le veían unos dedos larguísimos y muy diestros manejando el cuchillo. Podría pasar por la musa de una composición de Vettriano o por la protagonista de cualquier thriller norteamericano de los cincuenta, conteniendo la respiración tras una puerta, mientras espera al asesino para asestarle una puñalada por la espalda. Resultaba curioso verla cogiendo la tacita de café con esas uñas esculpidas. Me pidió que le pasara la carta y yo aproveché el momento para lanzarle una mirada inquisitiva buscando en sus ojos cubiertos de rimel al chico que vivía tras ellos. Actué torpe y falta de reflejos, aunque intenté improvisar naturalidad, como quien cree conocerte de antes, no te ve desde hace mucho tiempo y te observa tratando de identificarte con el niño que fuiste alguna vez.
No todos los chicos sueñan con ser futbolistas, astronautas o personajes de Tolkien. Algunos jugaron con muñecas y soñaron con ser bailarinas.
Me encanta la gente que se fabrica un mundo a su medida y trata de ponerle el color de sus sueños. La historia ya se encarga de complicarle la vida a aquellos que nacieron con el cuerpo equivocado, que no hacen daño a nadie por usar sandalias con circonitas, como para que el resto juzguemos lo que cada uno hace en la mesa contigua...
Al terminar le dije adiós al chico que no soñaba con ser astronauta y lo vi perfectamente asomar por detrás de la mujer con las uñas demasiado largas para coger tacitas de café, que cruza las piernas como nadie.

La Dama

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