Ella

miércoles, 4 de junio de 2008

Nunca he hablado de ella. Ni de nuestras diferencias. Porque hablar de ella es hablar de mi historia desde dentro. Hablar de mis comienzos y hablar de nuestros continuos desencuentros. Dos personalidades opuestas unidas por lazos de sangre. Pero hablar de ella en ese sentido ya no tiene razón de ser. Ahora no, ya no. Decir que nunca me he llevado bien con mi madre y los motivos ya no tiene sentido alguno. Su sobreprotección y su desapego. Sus críticas feroces y sus comentarios soeces, tocando allí donde el dolor no tiene cura…Ya no es una rival de talla como lo fue en otra época. Cuando cualquier discrepancia era el comienzo de una nueva batalla que siempre acababa con la guerra psicológica del echarnos en cara decepciones antiguas. En cada discusión salían a relucir las mismas llagas de siempre. Heridas que nunca han cerrado a pesar del paso de los años. Pero esas rencillas tenían una fecha de caducidad que yo desconocía. Desde hace meses vengo notando lo que empezó como pequeños despistes que cada vez se han venido haciendo más frecuentes y más evidentes. Ya no puede, ya no puedo, atribuir sus errores a la casualidad o a la falta de atención. A veces la descubro llorando a solas cuando intenta poner un disco y no recuerda que teclas ha pulsado desde hace años. Sus cambios de carácter. Su verborrea sin sentido. Sus preguntas reiteradas. Su echar mano continuamente de la caja de Motivan. Mi miedo a verla en este estado... Su memoria de pez. Sus lágrimas de cocodrilo. Su tristeza efímera, su sonrisa insulsa… Su pelo escaso y marchito, que fue suave y azabache en otro tiempo… ¿quién eres tú y qué has hecho con mi madre?

A veces creo que todo es una pesadilla. Me imagino que cualquier día se va a despojar de su piel de casi setenta años y va a salir la mujer que recuerdo de mi infancia, esa mujer que reconozco sólo en sus ojos y que vive en algún lugar detrás de la mujer que veo. A veces recupera la cordura, a modo de Don Quijote en su lecho de muerte, pero es tan sólo una ilusión pasajera porque de nuevo empieza a luchar contra molinos de viento que sólo ella puede ver…Yo le digo que son gigantes y le juro que yo también los veo, para que no se encuentre sola en su propia batalla contra el olvido, esa inmensa “nada” que diluye sus recuerdos como si de un puñado de arena en las manos se tratara…Se le escapan los pasajes de su vida por las costuras de la memoria y yo, trato de ser notario fiel para contarle mil una veces las historias que ella me contó de niña. Trato de recordar con todo lujo de detalles como era ella y mi abuela, como me contaba que era su colegio y sus amigas de la infancia, sus primeros amores, su adolescencia, cómo llegamos a la casa donde hemos vivido casi treinta años… Todos los días repasa su álbum de boda y se sorprende de las misma fotos en blanco y negro, como si fuese la primera vez que las ve. Mientras ella disfruta de las fotos, como de un nuevo regalo de la vida, contemplo a mi padre, en su mundo de silencios como un león cansado y herido, que no piensa abandonar al amor de su vida aunque llegue un día en que ya no lo recuerde…



La Dama

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