Candilejas

lunes, 2 de junio de 2008

Se apagan las luces. Del bullicio de los espectadores buscando sus butacas antes de las cuñas publicitarias previas al largometraje, se pasa al silencio más absoluto en la sala. Te olvidas por unas horas del mundo real, donde la comedia sigue y tú eres un extra en contra de tu voluntad, y llegas a un mundo extraño, donde cualquier ficción tiene su espacio, aunque no hay especialistas que ocupen tu lugar en las escenas de riesgo. Todo se escapa del guión prefijado y se improvisa sobre la marcha. Tú eres quien salta al vacío al final del túnel y no llevas paracaídas, ni te llamas Richard Kimball.

Tus pupilas tardan segundos en dilatarse para adaptarse a la oscuridad. Durante esos instantes te sientes ciega y desvalida. Creías que ibas al cine a ver una película de terror y es peor de lo que te imaginabas. El proyector se enciende al fondo y comienza el menor espectáculo del mundo: la película de tu vida. Es como en tus peores pesadillas. Alguien te ha dado un empujón y ahora estás en medio del escenario, sin saber qué hacer, ni qué decir. Y tú, que has llegado a este teatro por la puerta falsa, sin ensayar el guión, sientes de repente el miedo escénico apoderarse de ti. En el último minuto ha enfermado la protagonista y tú, que siempre has observado el espectáculo detrás de las bambalinas, debes salir a escena para reemplazarla. Has pasado de los aplausos del acto previo, al mutismo más absoluto que permite oír el vuelo de una mosca en cualquier punto de la sala. El aforo está completo. Notas tu respiración cada vez más rápida y tus manos sudorosas buscando unos bolsillos en los que desaparecer. El cañón de luz te apunta desde el techo y tú desearías que en lugar de luz saliera de él un láser que te fulminase en este mismo instante. Has pasado de ser espectadora a protagonista y el papel te queda grande, te desborda y te deja ciega, sorda y muda.
Los acontecimientos se atropellan y explotan, como palomitas de maíz hasta convertirse en pasado; mientras, ante tus ojos, el reloj de arena que consume tu tiempo y catapulta tu nombre al olvido, no se detiene. El apuntador te susurra el guión, pero tú no lo oyes, porque sigues anestesiada.

Todos estamos de alguna manera subidos a ese escenario hasta que cae el telón. Nos vemos reflejados en esos actores. Y vamos mutando el papel a medida que va pasando el tiempo. Nos tenemos que aprender todos los personajes de la representación. Somos peones de un ajedrez humano, que luchan por llegar al final del tablero para transformarse en torres, alfiles o reina. Somos madre, hija, amante, amiga, esclava, geisha, prestidigitadora… que igual que preparamos una paella sacamos un conejo blanco de una chistera.

Nuestra historia, la de verdad, la que soñamos despiertos, llega a parecer una obra de teatro que vemos cómodamente instalados en nuestra butaca de primera fila. Hasta que nos toca salir a escena.

La Dama

0 Gotas de Lluvia sobre mi Paraguas Rojo:

 

Copyright © 2009 Grunge Girl Blogger Template Designed by Ipietoon Blogger Template
Girl Vector Copyrighted to Dapino Colada