Ausencias

lunes, 2 de junio de 2008

Desde que yo recuerdo: siempre fuimos tres. Nos llevamos poco tiempo. Yo soy la hija-jueves. Crecimos a la par y no había grandes diferencias. Como niños que éramos, nos peleábamos por cualquier cosa y mi madre, cansada de cuidar a tres en escala y a su madre, una anciana llena de achaques, de vez en cuando perdía la calma. Su desesperación crecía ante la figura ausente de mi padre, que trabajaba a muchos kilómetros del sitio donde vivíamos y que durante la mayor parte de mi infancia fue un padre de fin de semana. Recuerdo que cuando se enfadaba mamá, se calzaba las botas de cuero negro, muy del estilo de los 70 y tomando el bolso y el abrigo se iba a dar un paseo diciendo que no volvería nunca más.
Los cumpleaños de mi hermano menor solían inmortalizarse en rudimentarias películas de video por un fotógrafo amigo de la familia que invitaban mis padres para la ocasión. Siempre fue el preferido, razón por la que se convirtió en mi enemigo número uno durante aquellos primeros años, en los que yo arrastraba el complejo de “princesita destronada”. Después de muchos años he vuelto a ver aquellas filmaciones caseras, unas películas desenfocadas y rayadas de un encuadre inquieto, ansioso; unos mudos fotogramas de nuestro pasado que parpadean en la pared abriendo una ventana por donde espiar a quienes fuimos un día.
Después de casi tres décadas aún conservo en la memoria todo aquello nítidamente; recuerdo que una vez mamá dio un paseo más largo de lo habitual, suficiente para que yo pasara de la expectativa ansiosa a la preocupación y al temor de haberla perdido para siempre. Era un día de lluvia, casi de noche. En seguida se borró de mi cara la risa que tenía contenida y se me nubló la vista, mientras observaba inútilmente el aguacero de la calle en busca de su rostro a través del cristal empañado de la ventana. Por fin una congoja en el alma y en la garganta me obligó a romper en un llanto desconsolado. El llanto desapareció con el regreso de mi madre, instantes después, pero la sensación de angustia y el miedo a las despedidas lo he arrastrado desde entonces toda mi vida…

Y es que, luego lo comprendí: el juego consiste justamente en eso, en un miedo controlado a un peligro que no es tal, que sólo parece serlo. Las hamacas simulan lanzarte al cielo, sin embargo siguen tan unidas a la tierra como antes; se ha perdido tu madre pero enseguida la descubres en el mismo lugar de siempre, escondida detrás de la puerta.
Después el tiempo fue desvirtuando las películas y el otoño desprendió las hojas caducas del calendario con su viento irrefrenable. Yo comencé a salir con chicos. Conocí más de diez veces eso que llamé “el amor de mi vida” y fui tras él arrastrada por el ciclón de la adolescencia. Mis padres, me vieron iniciar mi propia historia, siempre tarde –porque siempre he llegado tarde a los grandes acontecimientos de mi vida- y poco a poco se han ido diluyendo de esta existencia terrenal, fueron atravesando el umbral de la presencia corpórea, empujados a penas por la brisa lenta pero constante de la vejez.
El amor de mi vida un día se marchó y así, hasta trece veces. Casi siempre inesperadamente, cuando más me tenía acostumbrada a su rutina. Una y otra vez mis amores se iban hipnotizados por el aire de rosas frescas de otras historias que vivir ajenas a mi compañía -era yo quien les abría la puerta- y a mí me dejaban con una ventisca helada en el alma marchita, llamada desamor.
Mi mundo de ensueños se transformó en una pesadilla; mis historias a medias quedaron así, a medias; mi proyecto de un futuro colorido se hizo un presente de desconcierto sepia, como si mi vida volviese a rodarse con aquella antigua cámara de los cumpleaños de mi hermano...
A veces, todavía por las noches, un vendaval de soledad me envuelve. Me siento en la cama, recojo mis piernas y me las abrazo; luego apoyo mi frente en las rodillas y ciño los brazos con más fuerza, deseando que fuesen los de mamá. Pero no lo son. Y me siento más sola aún, cayendo desamparada y con miedo en este vacío de cariño.
Esta vez hace tiempo que mamá se fue y aún estoy esperando verla aparecer detrás de la puerta...

La Dama

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