Amigos

domingo, 8 de junio de 2008




La mujer con miedo a sentirse sola reprime un grito y vuelve a echar cuentas de nuevo. Repasa con extrema minuciosidad cada uno de los nombres escritos en azul y cuando ha acabado repite la operación con los nombres escritos en rojo, garabateando sumas y restas en un viejo cuaderno cuadriculado con la expresión consternada del que recibe una mala noticia sin esperarlo, mientras murmura para sí que ojalá fuese miércoles por la tarde.

Ahora mismo le gustaría ir a hacer rebotar piedras contra el agua del estanque. Eso relaja a la mujer con miedo a sentirse sola y hoy está nerviosa porque esta semana hay más nombres señalados en rojo de los que entraban en las previsiones, y no le salen las cuentas. Ojalá fuera miércoles por la tarde, piensa. Y es que la mujer con miedo a sentirse sola es recepcionista en un hotel y cuando libra los miércoles por la tarde ese día a las cinco y diecisiete acude al estanque a escuchar el ruido que provocan las piedras que ella misma hace rebotar contra el agua. Lo llama música acuática. Elige diecinueve piedras con cuidado y juega a hacerlas saltar entre los juncos. No hay una razón clara para que sean diecinueve, pero siempre son diecinueve, y es que a la mujer con miedo a sentirse sola le encantan los números. Lleva la cuenta de los amigos que tiene con una preocupación obsesiva. Apunta sus nombres, sus apellidos, sus números de teléfono y la fecha de sus cumpleaños en un viejo cuaderno cuadriculado. Pero lo realmente relevante, lo que de veras le importa a la mujer con miedo a sentirse sola es saber cuántos son y, sobre todo, poder decirlo. Adora sacar el tema en sus conversaciones. Pues a mí –suelta en cuanto encuentra ocasión- me es imposible quedar con todos mis amigos, no tengo tiempo, son ciento cincuenta y tres, y frunce el ceño mientras entorna los ojos hacia arriba, simulando calcular por si acaso ha olvidado alguno.

La mujer con miedo a sentirse sola cuando tiene un rato libre en la recepción del hotel hace balance de sus amigos como el avaro vacía su hucha y cuenta monedas, con la impaciencia del que nunca está satisfecho del todo, y enumera las bajas y las nuevas incorporaciones mientras los señala con un rotulador (el rojo para las primeras, el azul para las segundas) y apunta una explicación detallada en los márgenes de las hojas de su viejo cuaderno cuadriculado. A. M. C., 655708597, nacido el diecinueve de abril de mil novecientos setenta y cuatro, causó baja voluntaria como amigo el doce de diciembre de dos mil cinco a través de llamada telefónica en la que me reprochaba falta de atención hacia su persona. La mujer con miedo a sentirse sola marca su nombre en rojo y piensa que esta semana ya son demasiados, como la media siga así bajará de la centena de amigos en un par de meses. Ojalá fuera miércoles por la tarde, murmura.

La mujer con miedo a sentirse sola nunca llama a nadie para que la acompañe en sus días libres. No es que no quiera pasar tiempo con sus amigos, simplemente trabaja en la recepción de un hotel y sus horarios no suelen cuadrar con los de los trabajos de las personas que conoce. No sabe que tendrá que buscarse otra excusa cuando al día siguiente su jefe le dé libre el sábado por la mañana y tampoco llame a nadie para que la acompañe a escuchar su música acuática.

A Carlos, por tener razón, un amigo al que no ves es un nombre en una agenda.

Del blog: http://blogs.ya.com/llaeza/

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