El Café de los Desconocidos

sábado, 5 de abril de 2008




Es curioso cómo la vida a veces crea extraños compañeros de viaje.
Recuerdo hace algún tiempo, un día en que estaba sentada en mi parada, esperando el 33, mi autobús. Sería a finales de octubre porque había llovido y yo llevaba mi cazadora de napa negra con la que suelo uniformarme voluntariamente desde las primeras lluvias de otoño hasta los albores de la primavera.
No sé de donde salió aquel hombre de unos treinta y tantos años -diría, bajo la tenue luz que nos alumbraba- de estatura media, complexión más bien delgada, entradas generosas y nariz afilada. Tenía las manos de pianista. Siempre me fijo en detalles que para otros suelen pasar desapercibidos, como las manos, la forma de alguien de atusarse el pelo, de cruzar las piernas al sentarse o la silueta de un cuerpo al caminar a contraluz con una farola de fondo jugando a las sombras chinescas. Por eso apenas puedo recordar sus ojos o el resto de su cara, pero reconocería esas manos entre cien.
-"Hace frío esta noche"-dijo, por decir, supongo. El ser humano necesita lanzar estímulos y recibirlos contínuamente para sentirse vivo. A veces dice frases hechas o lanza preguntas retóricas al viento, sin esperar que le sean devueltas a modo de boomerang.
Pero yo contesté, por aquello de la cortesía debida.
-"Sí, hace un poco"- y sellé la frase con la sonrisa hueca que suelo dedicar a los desconocidos.
No puedo transcribir con exactitud el resto de la conversación. Ni siquiera sé en qué momento viró hacia temas personales. Acabamos hablando de viajes, de filosofía... Conocía a Buesa y me recitó algunos versos de su "Poema de las cosas".
Pasamos rápidamente de los preliminares a charlar y a reirnos como dos viejos amigos que se acaban de encontrar después de mucho tiempo. Nos atropellábamos incluso al hablar y es que llevábamos toda una vida de retraso por contarnos.
Era abogado y trabajaba en un gabinete que estaba próximo a la parada. No era pianista aunque no le hubiese importado, porque adoraba la música. De niño había practicado con la guitarra.
El autobús tardó más de lo habitual en llegar. Pero llegó, y cuando estaba a punto de cogerlo me dijo:
-"Me pregunto si hubieses aceptado tomar un café con un desconocido como yo..."
-"Eso nunca lo sabremos"-le dije.
-"¿Por qué? ¿En otra ocasión tal vez?"
-"Porque la próxima vez que nos veamos ya no seremos dos desconocidos".
Y subí a mi autobús, que no era el suyo. Y allí se quedó él, con su silueta de sombra y luz borrada por la lluvia, desvaneciéndose en la distancia cuando el autobús abandonó la parada. No sé por qué me trajo a la memoria la escena final de "Los puentes de Madison", cuando Francesca no tiene el valor de dejarlo todo para seguir a Robert y ahí se acaba lo que pudo ser y no fue, un día de lluvia.
No le pregunté el nombre. No quise tampoco saberlo. No intercambiamos números, decidimos dejárselo al destino.
Nunca he vuelto a encontrarme con él, aunque sigo tomando el mismo autobús, por si en alguna ocasión un desconocido con manos de pianista decide invitarme a tomar café...
La Dama de Abril
"Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos..." (De "Un tranvía llamado Deseo")

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